Según un informe de AICE, basado en datos del Departamento de Educación de EE.UU., desde 1981, los países árabes han invertido $14.6 mil millones en universidades estadounidenses — un cuarto de todas las donaciones extranjeras. Catar lidera con $6.6 mil millones, seguido por Arabia Saudita ($3.9 mil millones) y los EAU ($1.7 mil millones). Pero lo que es alarmante es la falta de transparencia: el 70% de los fondos ($10.7 mil millones) se transfirieron «sin un propósito específico». Por ejemplo, la Universidad de Cornell recibió ocho transferencias idénticas de $99,999,999 — también «sin propósito». ¿Es esto simplemente altruismo?

El dinero fluyó de manera desigual. Los picos coincidieron con eventos clave: después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, los países árabes activamente «blanquearon» su imagen, y desde 2020, el flujo se intensificó. El año récord fue 2023 — el año del ataque de HAMAS a Israel: $1.5 mil millones en 12 meses, más que nunca antes.

Los líderes en subvenciones árabes — Cornell ($2.3 mil millones), Carnegie Mellon ($1.05 mil millones), Georgetown ($1.02 mil millones), Texas A&M ($1.01 mil millones), Universidad del Noroeste ($770 millones), Colorado ($640 millones) y Harvard ($358 millones) — a menudo tienen sucursales en Doha y otras capitales árabes. No es sorprendente que sea en estas universidades donde florece la retórica antiisraelí: los profesores apoyan el movimiento BDS, y los estudiantes exigen la «liberación de Palestina» de los «ocupantes sionistas».

En estas universidades, los programas de estudios de Medio Oriente se reescriben sistemáticamente, presentando el conflicto de manera unilateral. Israel se retrata como un «proyecto colonial», y a los terroristas palestinos como «luchadores por la libertad». Se enseña a los estudiantes no historia, sino ideología, donde no hay lugar para la conexión milenaria de los judíos con esta tierra, la agresión árabe de 1948 o la esencia del terror de HAMAS. En lugar de hechos, hay consignas sobre el «genocidio en Gaza» y el «apartheid».

Para comparar: las donaciones chinas durante el mismo período son mucho menores, y las judías e israelíes son incomparables. Solo Catar ha invertido más en universidades estadounidenses que todas las organizaciones judías del mundo. Este dinero no ilumina — enciende el odio hacia la única democracia de Medio Oriente.

Las consecuencias ya son visibles: congresistas que justifican a HAMAS, periodistas que normalizan el terrorismo, profesores que convierten las conferencias en mítines antisemitas. Si nada cambia, en una década América tendrá una generación de líderes criados con dinero árabe y una ideología antiisraelí.

Comentario de la Jefa del Departamento de Promoción de Aliá Marina Rozenberg-Koritny: 

El cinismo de la situación es impactante. Regímenes donde la disidencia es un crimen han convertido a estudiantes liberales en sus portavoces. Aquellos que abogan por los derechos LGBT y el feminismo exigen la «liberación de Palestina» y el poder de los fundamentalistas islámicos, para quienes sus valores son un pecado mortal. Los miles de millones árabes han comprado no solo programas, sino también la capacidad de los estudiantes para pensar críticamente. 

Para la diáspora judía, esto es una señal de alarma. Cuando los campus universitarios se convierten en criaderos de odio y encuentran apoyo en los medios de comunicación, es hora de preguntarse: ¿dónde está el verdadero hogar? ¿Dónde está el lugar donde el pueblo judío puede sentirse seguro y vivir de acuerdo con su historia y valores?